Todo son ventajas cuando los habitantes de un país se esfuerzan por consumir, en la medida de lo posible, productos de su propia tierra: el tiempo que pasa desde que se lleva el producto desde el punto de producción hasta el punto de consumo es menor, la distancia a la que hay que transportar las mercancías es mucho menor que si el traslado es desde el extranjero, se ahorra combustible y se contamina menos. Además, se contribuye a frenar la explotación laboral en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo, ya que si los productos que proceden de allí son más baratos que los nuestros es porque a los trabajadores de dichos países no les pagan un salario justo, si bien es cierto que gran parte del encarecimiento de los productos nacionales también se debe a cuestiones difíciles de entender que serían fáciles de resolver: los peajes de las vías rápidas (que habría que eliminarlos) y los abusos de los mayoristas (que habría que perseguirlos con la ley). Además, conviene no olvidar que comprando productos nacionales protegemos el empleo del país. Comprar un producto nacional es siempre más barato que comprar un producto extranjero. ¡Cómo cambiarían las cosas si nos diéramos cuenta de que el precio real de un producto nacional es el precio que vemos en sí mismo y, en cambio, el precio real de un producto extranjero, aparentemente más barato es el que vemos sumado al subsidio de desempleo que tendremos que pagar a los conciudadanos que mandamos al paro!
No hay comentarios:
Publicar un comentario